miércoles, 27 de junio de 2012

#Atención, pregunta # 18

¿Por qué tenemos conciencia?, ¿sirve para algo?

Mientras más preguntamos sobre quienes somos, menos respuestas obtenemos de hacia donde vamos.
Amed Pico Herrero

-¡No me lo puedo creer!- Estrujé la hoja de periódico. Al sacudirlo el olor a tinta  se introdujo por mis fosas nasales y me dio un ataque de tos. -¡No puede ser! -repetí atragantada.
-¿Qué te pasa ahora?
-¿Qué que me pasa?, ¡que es ella, es la misma vieja!
-¿De que vieja estas hablando?, ¿por qué estas balbuciendo como una desquiciada?
-Mira lo que pone aquí…
“Roba billetes de lotería que resultan estar premiados. El cobro del premio que asciende a 250.00 euros está paralizado. Su aspecto de ancianita no levantaba sospechas pero tras su apacible semblante se esconde una de las ladronas mas activas de la ciudad”.
Teatralmente destrocé el periódico con ambas manos, aplastándolo, convirtiéndolo en trizas, divirtiéndome en transformarlo en trocitos pequeñitos. 
-Argg, ahora mismo estoy muy cabreada…
Mi cara de perturbada intrigó enormemente al pobre Científico quien desayunaba conmigo al otro lado del mostrador. Así que tuve que contarle de que conocía  a aquella “adorable” ancianita…
“Estaba esperando en la parada del tranvía cuando ella pasó, iba tan rápido que se le cayó el bolso al suelo, y tendría que llevarlo abierto porque toda la metralla y toda la mierda que llevaba adentro salió disparada en todas direcciones. La ayudé, bueno la ayudamos, yo y algunos que estaban por allí. Parecía tan mayor que me dio pena. Pero la muy… bueno, la tía ni nos dio las gracias. Fue entonces cuando vi el billete, ese billetito de lotería, tan abandonadito a su suerte, tan solito… ¿Sería de ella? Parecía lógico que si. Durante unos minutillos me debatí en un dilema interno, y ¡sí!, pensé en quedármelo ¿qué pasa?, pero… bueno, al final me venció la vena idiota que tengo adentro y la llamé para devolvérselo. ¡Si vieras su cara! Ahora comprendo el gesto. ¡Grrr…! ¡Si no se lo hubiese devuelto ahora sería rica! Y yo me pregunto, ¿por qué tenemos conciencia?, ¿para que sirve?, ¡¿sirve para algo?!…”
Él disimuló una risilla.
-Umm… no serías rica tontorrona- murmuró pedantemente, -el cobro está paralizado, y no se puede cobrar un billete robado y premiado, así que, ¿para qué tomártelo así?, hiciste bien, ¡olvídalo!

No lo olvidé, como él tampoco olvidó responder…

“La Conciencia se refiere al conocimiento que el espíritu humano tiene de su propia existencia, estados o actos. Conciencia se aplica a lo ético, a los juicios sobre el bien y el mal de nuestras acciones.
Si no tuviéramos conciencia seríamos animales... Los animales actúan por instinto de supervivencia. Nosotros somos animales… con conciencia. Y tú conciencia es lo que te permite hacer lo que piensas que es correcto. Además no todos tenemos el mismo grado de conciencia...
Yo puedo hacer cosas que para otros están mal, pero lo que hago es conforme mi conciencia me dicta. Así que estamos siguiendo las reglas que a lo largo de nuestras vidas vamos asimilando. Dentro de ti siempre estará la contraparte que te diga, cuidado, mesura, prudencia. Es la estridente vocecita interna, esa que no puedes apagar aunque quieras…
¿Por que la tenemos? Supongo que estamos en alguna etapa de la evolución humana.
¿Para que sirve? Para poder vivir en sociedad.
¿Sabes? Aparte de la conciencia, también fuimos dotados de otra gran posesión intangible: el libre albedrío.
El libre albedrío se refiere a la facultad de decisión. Por ejemplo sabes que pasarte el semáforo en rojo es malo, pero miras a ambos lados y ves que la calle está solitaria, entonces tu conciencia te dice no lo hagas pero tu libre albedrío te dice acelera al fin que no hay nadie… Y tú sabrás si lo haces o no. ¡Allá tú y tu conciencia! ¿Y que quieres que te diga? Que hay cosas que sólo tú puedes decidir…”

Le miré por encima de las pestañas y dije:
-Sí, eso está muy bien pero me jo… joroba, yo siempre he sido… -Él me estaba desconcentrando con esa miradita cínica, -bueno lo que quiero decir es que yo siempre he sido formal, nunca he hecho nada reprochable, siempre conduciéndome por el buen camino y ¿cómo me ha ido?, ¡pues muuuy mal!, y…
 -¿Y que propones?, ¿hacer algo reprochable?, ¿te atreverías? –me interrumpió.
Su rostro iluminado parecía repentinamente muy inspirado.
-¿Qué se te ha ocurrido?
Me guiñó un ojo, dejó el croissant a medio terminar sobre el plato y abrió la puerta de la calle.
-Ven y lo sabrás…
Y lo supe.
-¿Qué hacemos aquí?
Estábamos en un pasillo cualquiera del hipermercado que había bajando la calle. Y él señalaba las múltiples hileras de productos que se alargaban y alargaban hasta el final en una mancha multicolor. 
-¡Venga!, haz algo… -Esbozó.
-¡¿Qué robe?!
-¡Ssshh!- chistó disimulando porque mi voz había rebotado haciendo eco, -menuda mangante estas hecha, ¿quieres que te oiga todo el mundo?
Debió ser la presión, o que me miraba, o que estaba harta y quería demostrar algo, o ¡yo que sé! Porque sí, agarré un paquete de caramelos y me lo escondí lo mejor que pude. Luego y lo mas naturalmente posible los dos nos encaminamos hacía el arco de seguridad en dónde estaba la salida…
Sudaba, estaba nerviosa, creí que me vigilaban, creía que aquel gordinflón vestido de segurita se había percatado de mi juego de manos. El Científico iba a mi lado, dándome apoyo moral, asintiendo escuetamente cuando yo le miré de reojo.
Ya habíamos salido cuando alguien gritó detrás de mí. ¿Eso que yo oía era un ruido de carreras, de pasos precipitados? Me quedé tiesa, paralizada, estupefacta. Fue el Científico quien se encargo de mirar. Y sí, era el segurita…
-¡Bendita sea mi tía!- dijo, -¡nos han pillado!
No capté el tono de burla que había en su voz, pero lo comprendí cuando el buen hombre me devolvió el foulard que, sin darme cuenta, se me había caído al suelo. Nada más… En realidad todo salió bien, nadie se percató del hurto…
El sol me daba en la frente, hacía diez minutos que miraba al infinito horizonte cuando él me sobresaltó:
-Bueno, ¿me das un caramelo o qué?
-Eh… -Observé el paquete de caramelos hipnotizada. –Pero, ¡no lo hemos pagado!
-Ya –asintió, -porque lo has robado, ¿estás bien?
No, la verdad era que no. Y él me miraba como si lo supiera, como si ya lo hubiera visto antes: un grave caso de conciencia. Todo aquello había sido una gilipollez, una soberana tontería, y sólo podía hacer una cosa para remediarlo….
-¿De veras? -dijo con expresión astuta, -¿y eso no sería como confesar?
Bueno, vale, pues sí.

-No quiero tener mala conciencia por esto, ¿entiendes?
-Ya, si, claro…
-Si, además cuando robe será algo importante, algo grande, y a alguien que se lo merezca…
-Una “Robin Hood” al uso, ¿no?-murmuró con cierto tonillo, -pues vale, jajaja…
Y le di la espalda corriendo para no oírle, de todos modos sus risas me persiguieron cuando volví a entrar al hipermercado. Definitivamente era una pringada… una pringada honrada, ¡que consuelo!


Fuentes: Yahoo.anwers.Wikipedia. Google imágenes.
Ilustración: A. Montt. 
Música: Little green bag - George Baker

2 comentarios:

Raquel dijo...

Una pregunta muy interesante, sí. Ojalá a los politicos que nos rodean les entrara un grave ataque de conciencia, el mundo sería mejor.
La conciencia es esa vocecita, ese pepito grillo, que vela por nosotros, que nos conduce por el lado soleado de la vida. tener conciencia nos evita mucho sufrimiento en vano.
Me ha gustado el relato :)
besos.

Ana Bohemia dijo...

Ay Pepito grillo. Lo de la conciencia y los politicos, puff, ¡si esos no saben ni que es eso!
Gracias por leerme y es un gustazo que te haya gustado.
Un besote
;)

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