jueves, 31 de diciembre de 2015

¡¡2016, allá voy!!

La otra noche me puse a pensar en cómo iba a cerrar el 2015 en el blog. ¿Unas palabras?, ¿música?, ¿alguna viñeta? No quería ponerme demasiado intensa, ni caer en la nostalgia de otro año que se va (¡y además muy rápido!), no quería hacer un repaso, ni una lista de propósitos, ni darle muchas vueltas a la despedida de año, así que sólo me quedaban algunas opciones…
Primero: dar las gracias. Gracias a todos los que se acercan con frecuencia a este planeta, a los que me dejan su cariño a través de comentarios, a esas personas que ya forman parte de Bohemio Mundi, gracias por abonar a este mundi de amor, sois muy importantes, sois los responsables de hacer crecer a este planeta, y de que brille, y de que siga floreciendo.
Lo segundo: repartir mis buenos deseos bohemios con todos los que han parado por aquí. Como buena bohemia el mayor deseo que tengo para vosotros es paz, mucha paz, tanta que os desborde y con lo que sobre podáis llenar un edredón.
El año que viene es una incógnita, ¿verdad?, todavía está metido en su celofán blanco, pronto lo estrenaremos, pronto nos irá revelando los interrogantes de lo que nos deparará, ya lo iremos desvelando con el correr de las horas, meses y días. Y desde aquí otro deseo que tengo para el 2016 es que en este rinconcito siga habiendo letras, música y buen rollo… y que pueda seguir compartiéndolo como siempre, con mis buenos amigos bohemios, que nunca se terminen los buenos momentos que compartir.

…Espera, falta algo, ¡ah, sí!

FELIZ AÑO NUEVO




Que sigáis celebrando lo que queda de la Navidad con mucha alegría


Que tengáis una noche brillante y feliz

Descorcharé la botella virtual y llenaré las copas de mis amigos


Chin chin

Y cuando den las doce me acordaré de vosotros

¡Qué seáis felices!
Que recibáis mucho amor


Que vuestros deseos se eleven en el aire y que lleguen muy lejos… y por supuesto que se cumplan

Que los buenos momentos se multipliquen


Que no acabe la fiesta

¡¡FELIZ 2016!!




¡¡2016, ALLÁ VOY!!

Música: Sam Cooke-Bring it on home to me

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Querido Santa...

El fuego ardía vivamente en la chimenea, la copa de vino vacía descansaba a un lado de la alfombra, sin un poso deshonroso que proclamara su cautela, se lo había bebido todo. 
Puede que el calor se hubiera multiplicado por dos porque lo sintió en todo su cuerpo extendiéndose como una ardiente ola, aquellos grados extras se le habían subido a la cabeza con mucha rapidez. Hipó, un poco borracha. 
En la casa de al lado todo era algarabía: niños aulladores, risas sonoras, petardos y una insoportable pandereta que se mezclaba con un jubileo de pasos, de conversaciones cascabeleras y hits pasados de moda. ¡Que asco! ¿Por qué tenía que sentirse tan sola? ¿Por qué no tenía a nadie que le alegrara las fiestas? Arañó el cristal de la copa que luego dejó rodar por la alfombra, recostándose teatralmente hacía atrás. 
Desde el suelo las luces del salón formaban arabescos en sus retinas. Boca arriba le pareció que creaban fantasmitas voladores. Estaba viendo doble. Volvió a hipar. Hip. Hip. Ya era incontenible. Se retiró el flequillo de los ojos, suspirando de impaciencia. Se sentía impaciente sin saber porque, quizás fuera ese insoportable calor, puede que fuera el sonido ambiental del piso contiguo. 
Reconoció la estridente risa de su vecina, una seudo ama de casa intoxicada de laca barata, una barbie ruidosa e hiper bronceada que siempre la miraba por encima del hombro, Puede que no aprobara su pelo lacio y poco llamativo, o su tez victorianamente desmaquillada. Seguro que lo que no le gustaba de ella era esa aureola de autosuficiencia que desprendía como sin darse cuenta, con sus ropas de competente secretaria y mujer trabajadora que por otra parte gritaban a voces su soltería. Si la viese ahora, en el suelo, despeinada, con esa escueta camisola seguro que dejaría de llamarla acelga a sus espaldas. ¡Menudo mote!
Volvió a hipar, recordando cómo se habían encontrado aquella mañana en el ascensor. Las dos subían con la compra, Acaparadora la barbie había llenado el pequeño habitáculo con montañas de cajas y bolsas, y la miró como una intrusa cuando en el último momento la dejó pasar con su triste cestita llena solo a medias, y en donde lo mas destacado era aquel espumoso no demasiado añejo. Se le clavó la forma en la que la miró, con lástima, censura y beneplácito, prensando burlona sus remarcados labios en carmín candy neón, hecho que la hizo sentir muy incomoda... ¡¡ojala le sentara mal la langosta!!
Se rió de su propia maldad, ¿por qué le reconfortaba la idea de que aquella cena de navidad hiciera engordar a su vecina cuatro kilos? Aunque sería mejor si fuesen cinco... Al otro lado de la pared aquella odiosa y frívola risa se carcajeó con ganas, cómo si insinuara que era patética y que eso no iba a pasar nunca.
Pataleando se sentó sobre sus rodillas, mareada y aturdida. Pronto darían las doce. "¿Estas por ahí Santa Claus?", farfulló, "tú y yo tenemos que hablar en serio"
Pero, ¿para qué si nunca le hacía caso?
"Pues que sepas que esta vez quiero un novio, y quiero que me sepa mimar, quiero a un hombre que aparezca ante mi puerta ya mismo, que no se haga de rogar, que tenga la voz ronca y sexy, los ojos verdes y profundos, los músculos grandes y trabajados, la sonrisa bella y blanca, quiero un hombre elegante  y una vida elegante, bueno si no es elegante tampoco pasa nada, me conformo con que me mire con pasión (eso ya será mucho, hip, hip) con que sea encantador, alegre y optimista, pero le tienen que gustar las chicas con pinta de secretarias que beben a escondidas los días de fiesta, si no, no. ¿Lo has oído bien, querido Santa, o te lo tengo que repetir?"
Un berreante timbre la sobresaltó en ese instante. ¡Tocaban a su puerta! Limpiándose la boca y acomodándose el camisón trastabilló hasta el recibidor. Luchó un rato con el cerrojo antes de abrir su puerta. Parpadeando se tapó la boca con una mano para alejar otro hipo. Nerviosa sonrió al ver que era sólo el repartidor de pizza que se había confundido de piso, aunque ella lo tomó por una señal y le echó los brazos al cuello.



Canción: Santa Baby

miércoles, 16 de diciembre de 2015

El dios de la oportunidad

Lo pintan con un sólo y único mechón, largo y descuidado, lo más llamativo en una cabeza calva, redonda, extraordinariamente pelona. Dicen que ese trocito de cabello frontal sólo sirve para una cosa: para agarrar a la oportunidad cuando se acerca de frente. Si lo dejas pasar y te arrepientes, ya la cagaste Bur Lancaster, porque no podrás sujetarlo de ninguna manera, no habrá pelo que puedas enganchar, y tendrás que torcer el morro al ver la brillante cabeza de la oportunidad irse pitando de allí sin mirar atrás. Así que cuando una oportunidad se te presente y lo haga así de frente, no te andes con muchos rodeos, agárralo al vuelo, y hazte un lazo marinero con ese mechón para que ni queriendo se escape de ti.

El Dios de la oportunidad se llama Kairós que en la filosofía griega representa un lapso indeterminado en que algo importante sucede. En la retórica Kairós es «el momento adecuado para hacer algo». Él es el “momento oportuno”.
Como concepto, Eric Charles White lo define como «el instante fugaz en el que aparece, metafóricamente hablando, una abertura (o sea, el lugar preciso) que hay que atravesar necesariamente para alcanzar o conseguir el objetivo propuesto.».
Alejandro Corletti Estrada escribió que es «el tiempo de nuestros momentos trascendentes, de los hechos que marcan fuerte el camino personal de cada uno de nosotros, eso que algunos denominan destino, y que en determinados momentos nos hizo tomar decisiones importantes».


La oportunidad nos sobrevuela, nos ronda, dicen que está por llegar, a veces que ya ha pasado, pero nunca se marcha del todo si la persigues.






sábado, 12 de diciembre de 2015

Escribiendo


De niña y adolescente me gustaba escribir desde la cama, con la libreta y mi bolígrafo, era un ejercicio nocturno y prolífico, un poco incómodo para la espalda, molesto para el cuello, desgraciado para las sábanas que corrían el peligro de un rayón de tinta, pero agradecido para el alma soñadora.
De joven (bueno de más joven ;)) escribía sin música, sin ambiente, sin mesa ni silla, en cualquier parte, para pasar el rato, por hablar conmigo misma, porque sí. No importaban los ruidos o las interrupciones, nunca perdía el hilo.
Recuerdo bien cuando cambié el boli por la máquina de escribir, y la maquina por el ordenador. Recuerdo la fuerza con la que tecleaba, una manía adquirida de quien por costumbre aprendió a mecanografiar en una de esas antiguas máquinas con teclas recias, duras, desengrasadas y rotas. Una de esas máquinas cantarinas, un poco musicales, con campanillas sonando al final de cada margen, con tecla de retroceso, palanca, rodillo y tabulador. Una máquina heredada, con historia, y un poco abandonada… hasta que yo la encontré.
Folios y más folios llenaba, a veces hasta con tinta roja si la cinta entintada negra se gastaba. Nunca corregía mis textos sobre la marcha, casi no los leía hasta que acababa, a veces ni puntos y aparte ponía para ahorrar, no era de extrañar que el resultado fuese una densa maraña negra, algo parecido a pequeñas hormiguitas recorriendo el papel. Si cerraba un ojo y los miraba con el rabillo del ojo, me parecía que ahí se movían, en aquellas sendas caleidoscópicas, muy vivos, entre esos pequeños espacios en blanco, de un lado para el otro, mordiendo el papel con sus finos dientecillos.  
El ruido de las teclas se me metía tan adentro que creo que hasta me hacía delirar…
Cuando escribía sólo importaba la historia, ni el frío ni el calor me sacaban de mi universo inventado. Sólo estábamos nosotros, sólo éramos mis personajes y yo. No cabían los parones para ir a picar a la nevera, ni el segundo o tercer descanso para roer la azucarada chuche, ni el minutillo para mirar el móvil, ni el paseo hasta la ventana...
Sigo escribiendo (o lo intento), pero ni de lejos con la misma intensidad y pasión que cuando lo hacía en aquellas libretas escolares, de noche, en mi cama, con el boli bic de cristal azul. Mis distracciones se han desatado, mis manías también: el clima me afecta, el runrún de la gente que pasa, las voces que llaman, los pasos que vienen y van, el perro que me mira, esa campanita siempre alerta del mundo virtual, ese buzón entrante que no parpadea pero lo parece, el ruido de los aparatos eléctricos en funcionamiento, sobre todo, odiosamente, especialmente, la secadora, infernal artilugio que me saca de la atmosfera que de pronto me cuesta crear, tengo que releer y corregir, y seguir corrigiendo lo corregido, y leer, y decirlo en voz alta, y cambiar la voz, y… ¡no funciona!
He vuelto a escribir desde la cama, te confesaré así ente nosotros que todo bien, como no hay ruido puedo concentrarme, sólo hay un pequeño problema con el que no contaba (o que no recuerdo que antes me pasara) … lo rápida, lo instantánea, lo indignamente que me entra el sueño cuando lo hago, ¡ay, creo que me estoy haciendo mayor! Que va, si es que así no se puede.


Eso de las manías al escribir es tan universal en el que tiene por diversión esto de juntar letras, que mira tú si no…

–El conde de Buffon sólo podía escribir vestido de etiqueta, con puños y chorreras de encaje y con la espada colgando de su cinturón.
–Alejandro Dumas, padre, solía vestir cuando escribía algo similar a una sotana de color rojo, con amplias mangas y en los pies, unas sandalias.
–Chateaubriand dictaba sus textos a su secretario mientras caminaba descalzo sin parar por la habitación.
–Víctor Hugo repetía una y otra vez, mientras caminaba por la habitación, las frases y los versos, para correr a escribirlos cuando le sonaban suficientemente bien.
Para cumplir los plazos impuestos para la escritura, Víctor Hugo le daba orden a su criado de que custodiara sus ropas y no se las entregara hasta que hubiera acabado el plazo, por muy pesado que se pusiera pidiéndolas.
–Jean-Jacques Rousseau prefería trabajar al aire libre, en pleno campo, si era posible con sol y para evitar los ruidos se ponía tapones en los oídos.
–Montaigne escribía encerrado en una torre abandonada.
Schiller, un poeta alemán, escribía con los pies metidos en un barreño lleno de agua helada.
–A Lord Byron le inspiraba el aroma de las trufas y por eso siempre solía llevar algunas con él en sus bolsillos.
–Gustave Flaubert no se ponía a escribir hasta haberse fumado, al menos, una pipa.
Honoré de Balzac se acostaba a media tarde y una criada le despertaba a medianoche. Entonces se vestía con una túnica blanca y se ponía a escribir durante horas.
Balzac consumía tazas y tazas de café mientras escribía. No es de extrañar que así alcanzara la cantidad de obras que alcanzó, más de cien.
–Thomas Mann reunía por las noches a su familia y les leía lo que había escrito a lo largo del día. Su familia opinaba y discutían y a veces Mann cambiaba su texto en base a ello.
–Galdós se ponía una capa sobre los hombros, una boina azul y una manta sobre las piernas y solía hacer pequeños dibujos en sus manuscritos, en los márgenes o entre las líneas.
–Mark Twain llevaba la cuenta exacta de las palabras que escribía y escribía el número cada cierto número de páginas en sus manuscritos.
Georges Simenon marcaba ocho días en un calendario para dedicarlos exclusivamente a escribir, y cuatro días para relectura y correcciones. Las ideas básicas las iba escribiendo en una carpeta amarilla.
Georges Simenon escribía sin parar y para ello tenía muchísimos lápices perfectamente afilados en su escritorio. Su mujer era la encargada de sacar punta diligentemente a aquel ejército.
–Muchos escritores han trabajado habitualmente en cafeterías: Claudio Magris, Larra, González Ruano, Ramón Gómez de la Serna, Sartre…
En cambio, otros no han encontrado mejor lugar que su casa: Don DeLillo, Pío Baroja, Neruda, Domenio Rea… Mario Benedetti, en cambio, necesitaba estar en casa para escribir una novela pero podía escribir poesía en cualquier lado.
Don DeLillo asegura que escribir en el ordenador no le gusta porque echa de menos el repiqueteo de la máquina de escribir. En cambio, Gabriel García Márquez aseguraba que si hubiera tenido antes su ordenador había escrito cien libros y cien veces mejores


Fuentes:

lunes, 7 de diciembre de 2015

Buscando palabras

¿Sabías que el español tiene más de 283.000 palabras pero que apenas usamos unas 300? Eso sí que es desaprovechar un idioma. ¿Y que un escritor, periodista o véase cualquier persona dedicada a la rama de las letras puede usar unas 3.000? Yo las catalogaría cómo palabras-herramienta, mayormente útiles sólo cuando trabajas. ¿Te puedes creer que el diccionario de la Real Academia Española define unas 88.500 palabras, pero que un diccionario común y corriente no llega a la mitad? Puede que no le salga a cuenta a los editores, y a nuestras estanterías, ¡claro! Lo más curioso en el mundo del lenguaje es que un perro entrenado puede entender más de 1.000 palabras. ¡Guau… digo, vaya! Entonces si en nuestro día a día, nosotros, los humanos, usamos sólo unas 300… ¡ay, no sé qué pensar de esto, no me sale la palabra!
Eso de no encontrar la palabra justa me pasa mucho, no sé a ustedes, pero en ocasiones me sobreviene un bloqueo, como un lapsus mental que me quita las palabras de la boca, a lo mejor es mi lengua, que se las traga sin darse cuenta, es algo molesto, aparece normalmente cuando estoy comentando algo importante con alguien, en una entrevista de trabajo, al facilitar unas señas a una persona que anda buscando algo, al recordar cualquier cosa interesante que he leído no hace mucho, y etc., etc., etc., …
¿Por qué me parece que te vuelves más tonta en los momentos más cruciales? ¿El lenguaje es como los músculos que se atrofian si no los usas? ¡Creo que sí!
Supongo que hay que escribir y leer, y leer mucho para que tu propio vocabulario sea más extenso y rico, tampoco es una tarea complicada, todo es cosa de ponerse. No digo que nos pongamos en plan Pasapalabra, a empollarnos el diccionario de cabo a rabo, pero ¿y si cada día revisamos una palabra nueva? Creo que sería una forma sencilla de aprender.
Otra cosa que he descubierto hace poco es que, aunque en muestro extenso idioma hay casi trescientas mil palabras existen algunos vocablos extranjeros que no figuran en el español… alguien las ha catalogado como palabras que no existen, pero no creo que sea eso, es sólo que aún no la hemos descubierto. ¿Te animas a descubrirlas? Hoy nos convertiremos en exploradores de palabras, buscadores de verbos, rastreadores de nombres. He aquí, una avanzadilla de mis descubrimientos:


-Cafuné, del portugués brasileño, pasar los dedos cariñosamente por el pelo de la persona amada.


-Forelsket, del noruego, la euforia propia de la primera vez que uno se enamora.


-Mangata, del sueco, el camino de luz que deja la luna al reflejarse en el agua.


-Nunchi, del coreano, la capacidad de saber leer el estado emocional de las personas.


-Mamihlapinatapai, del yagán, una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambos desean pero que ninguno se anima a iniciar.


-Yuanfen, del chino, principio que define esos amores que nacieron predestinados.


-Uncanny, del inglés, una experiencia sobrenatural o inexplicable, extraña o más allá de lo ordinario.


-Gigil, del filipino, el impulso de pellizcar algo que es insoportablemente tierno.


-Meraki, del griego moderno, hacer algo con amor y creatividad, poniendo el alma en ello.

Y si quieres seguir descubriendo más palabras por el estilo sólo tienes que pinchar AQUÍ

Fuentes:

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