viernes, 29 de abril de 2016

Quijotadas


¿Qué haría hoy Don Quijote con los molinos?

—Yo era un guerrero de mis propias causas, que fueron casi todas, aunque especialmente la de mi propia fantasía. Mi vida estuvo llena de aventuras y de excesos, eso no te lo voy a negar, lo que ya entonces llamé, mis quijotadas.
Aquel enjuto hombre observó con ojos distraídos el paisaje que tenía delante, una llanura verde, viva, acariciada por brisas suaves, aunque plagada por imponentes molinos aerogeneradores. La joven que estaba a su lado lo imitó, hipnotizada por el letargo del girar de aquellas aspas.
Nieta y abuelo tomaron asiento al pie de un montículo de rocas, maravillados por los cambiantes colores del atardecer.
Guiñándole un ojo a la adolescente, decidiendo que era oportuno confesarse, dijo:
—No siempre hubo luz en esta cabeza…
Rascándose la despejada sien, colocando los recuerdos a mano, Alonso le puso voz al relato que estaba a punto de compartir.
“No, no siempre hubo luz, en realidad hubo bastante niebla. Cuando se levantó todo esto, hace treinta años o tal vez mas, yo era una especie de loco bohemio, vivía influenciado por la música, la noche, mis nobles e imposibles causas… Eran otros tiempos y se hablaba otro lenguaje, todo nos parecía mal, todo nos parecía bien, todo estaba cambiando y no siempre para mejor. Formaba parte de muchos colectivos, nos manifestábamos, protestábamos, hacíamos y deshacíamos huelgas. El día que nos enteramos que pondrían aquí un parque eólico nos alzamos en armas, no literalmente aunque faltó poco. Considerábamos un sacrilegio que nos plantaran esos gigantes aquí. Ah. Veía monstruosas la envergadura de aquellas aspas, ¡iban a desfigurar nuestra montaña! Odiaba la idea de que esos explotadores abrieran zanjas, extendieran cableado, pisotearan el suelo con sus camiones, ¡queríamos proteger a toda costa el entorno! No es que este paraje tuviera un gran valor como hábitat natural, aquí no hay construcciones por lo que ni siquiera iban a haber vecinos afectados, era una ladera bonita, nada más y nada menos, pero era nuestra causa, en la que creíamos, la que nos parecía justa, había que luchar con todas las consecuencias, no queríamos verla asaetada por mástiles y grúas, debíamos hacer todo lo posible por boicotear el proyecto…
—Me da miedo preguntar —le interrumpió la muchacha con ojos dulces.
—Y a mí recordar —gimió—, pero te daré una pista, fui colérico, ¡y mucho!, si estuviera aquí mi chusco amigo Sancho te lo diría riéndose.
—¿Había motivo para reír?
—Siempre lo hay, incluso aunque termines la lucha estampándote contra un muro de piedra… o en este caso te caigan a ti encima.
Alonso entornó los ojos ya invadidos por la luz dorada del ocaso. En sus retinas se dibujaban las lejanas escenas de su fallida protesta; la inesperada lluvia, el barro, los zapatos anegados, los camiones derribando la barrera de rocas que aquellos cuatro hippies pudieron levantar a duras penas sólo para retrasar el avance de la maquinaria, y luego la genial idea de usar esas mismas piedras como proyectiles, armas arrojadizas que de forma inesperada se volvieron contra ellos al rebotar en los gruesos neumáticos de goma.
El golpe en la cabeza más que nublarle el juicio casi se lo devolvió.
—Bueno no hace falta que te diga que pasó —se volvió hacía su nieta que le devolvía una sonrisa muy abierta—, ya lo ves. Con el tiempo, ya menos cabreado, he comprendido que me cejé en el impacto paisajístico, nunca me preocupé de indagar sobre el servicio que prestarían esos molinos que ahí ves, que nunca fue tan malo como el que yo pensaba, ¡es energía limpia, renovable!, no son gigantes tan horribles, ¿verdad?
Las sombras terminaron de recortar las siluetas de los molinos de viento, que batían con sus aspas pequeñas y deshilachadas nubes blancas. La brisa caracoleó sobre la pareja sentada en la falda de la montaña, alborotando sus cabellos, cosquilleando en sus mejillas cómo dándole la razón.

Me enteré de que esta página: http://www.zendalibros.com/don-quijote-y-los-molinos/ organiza un concurso de relatos. Como el tema me gustó, me he atrevido a participar, de alguna forma así veo yo a un Alonso Quijano de estos tiempos, como un hombre con un pasado nebuloso, metido en mil líos y batallas, que ya peina canas, pero que sigue poseyendo un espíritu justo y soñador. 
#MolinosQuijote


sábado, 23 de abril de 2016

“Libros, caminos y días…”

Yo era una niña con mucha imaginación, que es como tener siempre a mano un patio de recreo, pero no uno pequeño, ¡qué va!, uno inmenso, infinito. La imaginación es algo poderoso, construye puentes y mundos, crea de la nada y hace posible todo. El mejor instrumento que tiene la imaginación es la expresión, en forma, en color, en sonido, en palabras… las palabras. Con las palabras se hacen muchas cosas. Aprendí a amar las palabras igual que aprendí a leer. Intimé con los libros en esa estrecha relación de los verdaderos amigos, profundicé en los personajes, las acciones, los diálogos. Reí y lloré e imaginé. Los libros me enseñaron cosas que desconocía, me educaron, me dieron una visión de cómo eran otros tiempos, otros mundos, otras gentes. Los libros me abrieron los ojos al humor, al amor, al misterio, a la fantasía. Los libros consiguieron que amara crear mis propias historias. Los libros fueron mi camino, mi salida, mi entretenimiento, a veces un dialogo interno, otras un reflejo, y en ocasiones una crónica, una invención, una ficción, una realidad. Fueron muchas cosas. Pero siempre un amigo leal. Pienso en lo que sería de este planeta llamado Tierra si no tuviésemos libros, y ya no veo al Sol, así se me antoja, como un lugar oscuro, grisáceo, apagado, un lugar lleno de horas perdidas, denso, aburrido, un sitio sin color, sin chispa, estéril, uniforme y sin variedad. En definitiva un mundo peor. Como amante de los libros, de la luz, del color, pero sobre todo de la imaginación (esa sí que sabe llevarte lejos) sólo puedo agradecer, al Sol, porque siempre sale,  y a los libros, porque siguen siendo grandes amigos.


lunes, 11 de abril de 2016

Remedios medievales

No soy muy dada a visitar al médico (sólo en casos de fuerza mayor, y sí ya sé que hago mal) porque nunca he soportado el estremecimiento del frío estetoscopio en la piel de mi pecho, y no me agrada la presión del manguito del tensiómetro oprimiendo mi pobre brazo, tampoco aguanto el roce del termómetro, y no soporto que para ver mejor mis amígdalas me tengan que meter en la boca un palito astillado que me seca la lengua con sólo tocarla. Pero si lo pienso podría ser peor. ¿Por qué? Pues porque tenemos suerte de que nuestros médicos de cabecera estén formados en conocimientos anatómicos y técnicos, que sepan lo que es la asepsia, los antibióticos o la anestesia general, y si no, sólo tienes que seguir leyendo estos remedios medievales que reúno hoy en Bohemio Mundi, y que a mí por lo menos me horrorizan… ¡¡¡y mucho!!!

Sanguijuelas: Fue uno de los remedios más populares el siglo XIX, tanto así que en aquella época más de 50 millones de sanguijuelas medicinales poblaban los pantanos y estanques de Francia. Hoy en día nos resultaría impensable (y horripilante) su uso como remedio curativo, sin embargo estos asquerosos bichitos simbolizaban la cura de los más humildes. En teoría se empleaban para limpiar la sangre. Las sanguijuelas chupaban todas las enfermedades que pudiera tener una persona, igualmente útil para combatir la formación de coágulos, la trombosis y la artritis.

Sangrías: El tratamiento médico de las sangrías consistía en la extracción de la sangre del paciente para el tratamiento de diversas dolencias. Podía ser hecha de diversas maneras, incluyendo el corte de extremidades, uso de la flebotomía o la utilización de sanguijuelas. Normalmente se procedía a la extracción de la sangre desde una vena periférica, través de sistema estéril con aguja, equipo y bolsa de colecta, semejante al procedimiento para la transfusión de sangre. En teoría se usaba para drenar el cuerpo humano y eliminar todo lo malo… el problema era que el paciente se desangrara lentamente y en exceso, lo que debilitaba tanto al pobre enfermo que hacía casi imposible que se recuperara de semejante derroche de glóbulos rojos.



Agujas en los ojos: Allá por la Edad Media una operación de cataratas consistía en hurgar con una aguja no muy distinta a las de coser en el ojo del paciente. Esta técnica supuestamente garantizaba una visión despejada, pero la realidad cruda y dura era que acababa dejando ciega a tanta gente que la práctica se abandonó en cuanto la influencia de la medicina islámica llegó a Europa.



Trepanación: Esta misteriosa práctica ha sido llevada a cabo tanto por razones médicas como místicas, y de su práctica tenemos indicios desde la era neolítica, pues se han descubierto cráneos trepanados. Se cree, por pinturas encontradas en cuevas, que el hombre neolítico creía que este tipo de cirugía podía curar ataques de epilepsia, migrañas y desórdenes mentales. Asimismo se realizaba para ahuyentar los malos espíritus que se habían instalado en la cabeza. Sin embargo, muchas veces se perforaban las meninges de las personas y se creaba una hemorragia incontrolable que causaba el deceso.

Flatulencias embotelladas: Es raro, pero este tratamiento se popularizó cuando la Peste Bubónica o Peste Negra causaba estragos en la Europa del S.XIV. Los más supersticiosos creían que en serio era una manera efectiva de contener el avance de la pandemia más devastadora de la historia de la humanidad. Pero, ¿por qué se usaba algo tan estrambótico cómo remedio? Pues porque algunos doctores creían que la enfermedad se transmitía a través de vapores mortales, y pensaban que la cura pasaba por exponer al paciente a efluvios igualmente fétidos. En algunos casos prescribían esnifar pedos conservados en una jarra y en otros vivir con una cabra.

Polvo de momia: Parece el ingrediente maldito de algún hechizo lanzado a la luz de la luna, pero era un remedio del Antiguo Egipto que todo boticario del siglo XII que se preciara debía tener en su despensa. Y ahora llega lo complicado; para conseguir polvo de momia (no abundaba en el mercado de especias como comprenderás) se tenía que profanar una tumba egipcia, luego encontrar un cadáver apropiado (mejor si llevaba unos cuantos siglos-milenios muerto), y machacar un trocito del cuerpo momificado. Menuda experiencia. El polvo de momia era un exótico remedio que se prescribía para combatir varias enfermedades… a saber cuáles.

Hierro al rojo vivo: Era una técnica… ¿cuál sería la mejor palabra?, ummm… bestia. Sí, había que ser muy bestia para “curarse” con hierro al rojo vivo, pero realmente lo del metal candente se usaba para tratar algo tan común como las hemorroides.  Ayyyy. Ahhh. Uhhhh. Un poco categórico, ¿no? Maimónides, quien fue un médico, rabino y teólogo judío de Al-Ándalus dijo que las almorranas se trataban con baños de agua caliente… pues sí, calentito, calentito, pero quizá no tanto.

Consumo de oro: Algunos veían en este metal precioso cualidades tan fantásticas que le otorgaron excelencias casi mágicas. De fabuloso sólo tenía su brillo… y su precio, era un remedio lujoso para personajes rimbombantes, que financiaron las quimeras cabalistas de los curanderos del antiguo reino de Siam. Lo que se sabía del oro era que simbolizaba todo un elixir de vida. Y aunque no lo creas, se sigue empleando. En la actualidad se puede encontrar en cápsulas para la artritis, pero antes ya se conjeturaba que podía servir para el asma o la tuberculosis.

Peregrinación: La Fe mueve montañas, la Fe cura, la Fe siempre ha sido y siempre será el mejor placebo. Muchas ciudades de la Europa medieval aumentaron considerablemente su riqueza gracias a la multitud de peregrinos que acudían a sus templos y catedrales sagrados en busca de una cura a sus enfermedades. El agua bendita que se vendía en estos lugares lo curaba todo por la gracia de Dios, pero la presencia constante y masiva de personas enfermas hacía que los males se transmitieran con una facilidad pasmosa. Con la visita, era más probable contagiarse de algo peor que encontrar alivio alguno.


Fuentes:

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